Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1881-1882 (Cortes de 1881 a 1884)
Sesión: 11 de noviembre de 1881
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Discurso
Número y páginas del Diario de Sesiones: 44, 950-953
Tema: Contestación al Discurso de la Corona

El Sr. PRESIDENTE: Tiene la palabra el Sr. Presidente del Consejo de Ministros.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Dudaba el Gobierno, Sres. Diputados, entre la precisa necesidad de abreviar este debate por el interés que hay en que el 1º de Enero esté planteado el nuevo plan económico, y la de contestar a los oradores que tercian en la discusión del mensaje. Naturalmente el Gobierno desearía contestar a todos individualmente; pero teme que el debate se haga interminable, y que el gran objeto que he indicado no se realice, lo [950] cual sería costosísimo para el país, y en este concepto ni aun ayer quiso el Gobierno dar la bienvenida al grupo de la democracia que viene con su patriótico concurso y con noble resolución a vigorizar los elementos monárquicos y dar calor y aumento de fuerzas a las actuales instituciones.

Pero a pesar de que existía ese propósito y existe todavía, el Gobierno no puede dejar pasar en silencio ciertas palabras pronunciadas por el Sr. Martos en varios de los períodos de su elocuente, y más que elocuente, y lo es mucho, intencionado discurso.

¡Cosa singular! ¿Qué es lo que se ha propuesto esta tarde el Sr. Martos? Porque S. S. tiene una inteligencia bastante conspicua para conocer que su discurso es en su segunda parte una contradicción absoluta de la primera. ¿Es que no lo ha conocido el Sr. Martos? Es imposible que S. S. no conozca cosa tan clara, cuando penetra y sabe conocer las cosas más complicadas. ¿Es que lo ha hecho a propósito S. S.? No entiendo entonces cuál sea el objeto que se proponía realizar; porque en honor de la verdad, aunque no tengamos inteligencia tan clara como la de S. S., no nos ha de hacer tan torpes que no recojamos, que no conozcamos y hagamos patente la contradicción de S. S.

Señores, en la primera parte del discurso del señor Martos, yo oía con entusiasmo (con entusiasmo oigo siempre a S. S. por la forma), oía con entusiasmo aquellas palabras en que, llamándose republicano, decía su señoría que sobre la República y la Monarquía hay algo más alto, más elevado, algo a lo cual debe dirigirse en primer término la inteligencia, el sentimiento, la voluntad, los actos todos del hombre; que sobre las formas y accidentes hay algo más alto, que es el país y su bienestar. Parecía por la primera parte del discurso de S. S. que ante el bienestar, ante el reposo, ante la prosperidad del país debía subordinarse todo; y venía a deducirse de esta primera parte que aun los republicanos pudieran muy bien ayudar a la Monarquía cuando la Monarquía daba al país orden, paz, crédito, libertad y consideración y respeto ante las demás Naciones de Europa. (Muy bien.)

¿Pero qué ha venido a decir el Sr. Martos en la segunda parte de su discurso? Que a pesar de todo y de todos modos, por una cuestión de nombre jamás será monárquico. No está esto conforme con la primera parte del discurso de S. S. ¡Ah, Sr. Martos! Yo me regocijaba oyendo la primera parte del discurso de S. S., porque me decía: por grande que sea la pasión política que domine a los hombres, hay siempre en su corazón patriotismo; y cuando hay patriotismo en el corazón de los hombres, hay Patria; y habiendo Patria, habrá libertad. (Muy bien, muy bien.)

Su señoría después de esto, a pesar de que aseguraba debe atenderse sobre todo al bienestar del país, su señoría después hasta se extrañaba de las benevolencias, y hasta parecía que se dolía de la benevolencia que obtiene el Gobierno, y mucho más aparecía extrañarse del movimiento noble y levantado de ese grupo democrático hacia la Monarquía. ¡Ah, señores! No hay que echar a mala parte los móviles que pueden impulsar los actos de los hombres. ¿Por qué hemos de creer que los hombres de partido se inspiran sólo en móviles e intereses mezquinos? ¿Por qué no han de moverse a impulsos de sentimientos nobles, generosos y patrióticos? Señores, las benevolencias, las aproximaciones de ciertos partidos tienen una explicación sencillísima, y basta para explicársela tener una idea, siquiera sea sumamente ligera, de lo que es el patriotismo, comprenderlo y admirarlo. Oídme un momento, Sres. Diputados.

En mi larga permanencia en el extranjero tuve ocasión de conocer a un caballero belga que, como yo, vivía en las cercanías de París, él por su propia voluntad, yo obligado por las circunstancias; él tenía, por fortuna suya, abiertas las puertas de su Patria; yo tenía, y con razón, cerradas las puertas de la mía; contábamos próximamente la misma edad; habíamos hecho casi los mismos estudios, y teníamos las mismas aficiones políticas; él amaba la libertad como la amaba y la amo yo; él tenía por su país la pasión que yo tenía y tengo por el mío: con tantos puntos de contacto, no es extraño que nuestras relaciones, en un principio meramente sociales, se cambiaran en estrecha y cariñosa amistad.

En todo, Sres. Diputados, en todo estábamos de acuerdo; en una sola cosa disentíamos; él era republicano, yo monárquico; y claro está, como sentíamos los dos no estar de acuerdo en esto, estándolo en todo, nuestras conversaciones, nuestras polémicas venían siempre a tener un único objeto: de su parte, convencerme a mí; de mi parte, convencerle a él: es excusado decir que al fin y al cabo él se fue a su país; yo cuando pude volví al mío; él sin convencerme a mí, yo sin convencerle a él.

Andando el tiempo, Sres. Diputados, hará de esto próximamente dos años, leí la descripción de una fiesta celebrada en Bruselas con motivo de un gran aniversario, y me encontré con que mi amigo de la emigración, al menos así lo indicaban en nombre, el apellido y las demás condiciones de la persona a que la descripción se refería, era quien había ido al frente de una numerosa satisfacción, llevando en sus manos un estandarte que decía: "Viva el Rey. "

Faltome tiempo para dirigirme a mi antiguo amigo preguntándole si era él la persona que con su nombre, apellido y demás circunstancias indicaba la descripción a que antes me he referido; y en caso afirmativo, le felicitaba y me felicitaba porque al fin y al cabo habíamos venido a pensar lo mismo en aquello en que únicamente habíamos estado en desacuerdo. A los pocos días recibí una cariñosísima carta de este amigo, en la cual, después de recordar la manera como habíamos hecho nuestras relaciones, y de referirme algunas vicisitudes de su vida, me decía: "yo soy, en efecto, la persona a que se refiere la descripción que me indica en su carta; yo he ido al frente de una numerosa manifestación llevando un estandarte que tenía por lema "Viva el Rey; " yo soy quien al frente del numeroso cortejo que formaba la gran procesión he ido a rendir acatamiento a la Monarquía belga. Pero esto no quiere decir que yo haya variado; en este punto pienso como pensaba en nuestras polémicas y conversaciones a orillas del Sena: lo que hay es que ante todo soy belga; que Bélgica es feliz en el interior y respetada en el exterior; que en ella todos sus hijos tienen asegurada la libertad, garantido su trabajo y respetada su independencia; y que como sería insensato intentar cambiar este estado, con lo que nos expondríamos a no ganar nada perdiéndolo todo, yo, republicano, grito ¡viva el Rey! Porque la Monarquía es la libertad, es el orden, es el crédito, es la industria, es el bienestar en el interior, y es la consideración, es el respeto, es la independencia en el exterior, de Bélgica; y porque aquí el Rey y el pueblo están tan íntimamen- [951] te unidos, que gritar viva el Rey es decir "viva Bélgica. " (Muy bien.)

Así es como yo comprendía el patriotismo del señor Martos al oír las bellísimas palabras de la primera parte de su discurso. Pues qué, lo que sucede en Bélgica con los que nunca fueron monárquicos, ¿no puede y no debe suceder en España con los que no siempre han sido republicanos? (Muy bien.) ¿Cómo se han de extrañar esas benevolencias, esos apoyos que la democracia presta a la situación, el movimiento que en los partidos ha venido realizándose, y en parte se ha realizado en la actualidad? Esos movimientos los produce el patriotismo; y cuando el patriotismo los produce, no hay corazón español que deba contenerlos, pues no hay camino que pueda andarse más honradamente y con la frente más erguida, que el camino que se sigue a impulsos del más acendrado patriotismo. (Muy bien.)

Lo que sucede en Bélgica puede y debe suceder en España, y puede suceder más fácilmente aquí que en Bélgica, porque la manera de ser de nuestro país y su posición geográfica afortunadamente no le acarrean las dificultades interiores ni las preocupaciones exteriores que puede tener Bélgica. Pues bien; lo que pasa en Bélgica pasará en España, si los españoles, los hombres y los partidos de España, españoles ante todo, saben deponer en aras de la Patria su amor propio, sus egoísmos y sus pasiones particulares; y al ver que una Monarquía constitucional abre extensos horizontes a todas las ideas, al ver que proporciona libre campo a la inteligencia y al trabajo, al ver que da la libertad y que lleva por escudo la más preciosa de las garantías, la garantía de la paz, absolutamente necesaria si la actividad humana ha de aprovecharse de los grandes beneficios de la civilización y del progreso; al ver eso, digo, en lugar de contenerla en tan hermoso camino, la rodeen, la ayuden sin embarazo, y griten al contemplar que el Rey es aquí la libertad y el orden interior, el crédito y respeto en el exterior: ¡viva el Rey! Porque gritar ¡viva el Rey! Es gritar ¡viva España! Como dicen los patriotas belgas y los patriotas ingleses con un sentido admirable que yo quisiera ver imitado por todos los españoles.

Conozco bien al Sr. Martos; hemos marchado alguna vez juntos; hemos tenido nuestras glorias y nuestras desgracias; conozco bien cómo piensa S. S.; yo sé que si un día se convence de que con la Monarquía constitucional se pueden tener todas las libertades a que S. S. puede aspirar con cualquier otra forma de gobierno, S. S. vendrá a la Monarquía, como en otras ocasiones vino; y tengo la seguridad de que vendrá a esta Monarquía, que ha de ser, dadas las condiciones del pueblo español, una de las Monarquías más ilustradas y más liberales de Europa, y entonces nada tendrán que hacer los republicanos, porque los que apetezcan libertades verán satisfecho su deseo.

Yo espero que el Sr. Martos ha de marchar alguna vez a mi lado, o yo al suyo, que esto merece S. S. por sus muchos servicios, por su extraordinario talento y su admirable palabra. Pero a mi lado, o yo al suyo, lo veré con satisfacción, porque entonces diré: España es feliz, España tiene todo lo que puede desear un pueblo libre, un pueblo afortunado.

Su señoría nos ha hablado también de la Constitución de 1869; y créame S. S., no es buena recomendación tan eficaz como la que S. S. hace de la Constitución de 1869, mientras no varíe S. S. de actitud, pues podíamos decir con razón: esa Constitución que tanto conviene al Sr. Martos, no debe convenirnos a nosotros. Pero es necesario que al llegar aquí aclaremos las cosas.

Yo he defendido la Constitución de 1869, como estoy dispuesto a defender toda Constitución, porque, lo declaro con entera ingenuidad, desde que he comprendido que en los países en que se varía de Constitución con frecuencia, que en los países donde cada partido tiene una Constitución a su gusto, no ha habido nunca verdadera libertad, en tanto que son más libres los pueblos que se rigen por Constituciones respetadas y a todos los partidos comunes, estoy por que la mejor Constitución es la que se encuentra rigiendo, en cuanto caben en ella las prácticas liberales.

Pero ¿es que yo he sido siempre partidario apasionado de la Constitución de 1869? No; yo he comprendido los defectos de aquella Constitución, y respetando y queriendo como respeto y quiero los principios en ella consignados, de los cuales no me he de separar, no me agrada la contextura, la manera de ser un tanto casuística de aquella Constitución.

Así es que la primera vez que pude desde las esferas del poder, anuncié una modificación, porque creía difícil gobernar con aquella Constitución, dados algunos de sus detalles: aquella Constitución fue una transacción a la que no concurrieron largo tiempo las dos partes, porque faltó luego el cumplimiento de una de ellas.

Yo no hago cargos a nadie porque no se cumpliera por todos; pero la verdad es que no se cumplió, y yo que había venido a aquella transacción a pesar de mi voluntad, yo respeté la obra de la transacción mientras las partes contratantes la respetaron: desde que una de las partes no la respetó me encontré desligado de todo compromiso, pues aun estando conforme, como lo estoy, con sus principios, a mí no me pareció perfecto por su forma aquel Código fundamental.

Y es, Sres. Diputados, que yo no comprendo la diferencia entre la honradez particular y la honradez política, y yo que quiero ser honrado, declaro que me pareció siempre aquella Constitución imperfecta por su forma, y lo dije, porque no estaba hecha, o al menos por su casuismo así lo parecía, más que en desconfianza de la Corona; y si es necesario estar dignamente en el poder, es menester marchar noblemente confiando en la Corona, como la Corona debe confiar en nosotros. En suma: si yo he aceptado la Constitución de 1876, declaro que hubiera aceptado lo mismo la de 1869 si ésta se hubiera encontrado planteada, y otra hubiera aceptado si otra me hubiera encontrado en su lugar; que a mí no me estorban las Constituciones para gobernar con arreglo a la opinión, para ser un Gobierno liberal, tan liberal como pueda haberlo aquí y como los hay en los países en que las Constituciones no son bandera de partido.

Yo apelo a la buena fe del Sr. Martos. Dice S. S. que queremos llevar a la Constitución de 1876 los principios de la de 1869, y que eso no puede ser. ¿Y por qué no puede ser? ¿Qué obstáculos ofrece la Constitución de 1876 al derecho de reunión, al derecho de asociación, a la libertad de imprenta, a la libertad religiosa, tan amplia como lo era bajo la Constitución de 1869? ¿Es que ofrece algún inconveniente? Yo voy a hacer una declaración, y es, que en la cuestión religiosa me parece más franca la Constitución de 1876 que la de 1869.

Preguntaba S. S. si aquel que no profese la reli- [952] gión católica puede aspirar a todos los cargos públicos; si no hay nada que lo impida en la Constitución; si puede sentarse en este banco quien reúna dichas condiciones. Si el país lo elige Diputado y después la Corona le llama a sus consejos y las Cortes le aceptan, aquí puede sentarse un judío con el mismo derecho con que estoy sentado yo. ¿Lo prohíbe la Constitución de 1876? No: puesto va más allá la de 1869. Los derechos políticos no distinguen creencias religiosas; y por consiguiente, si la Constitución de 1876 no preceptúa o no establece la condición o la facultad que para los que no tengan nuestra religión establece la de 1869, es porque es perfectamente inútil, y lo que es perfectamente inútil no debe estar en las Constituciones.

He visto también en el discurso del Sr. Martos cierta tendencia a dividirnos. Yo siento que S. S. trabaje inútilmente, puesto que trabajo inútil ha de ser. Estamos unidos por sentimientos, por convicciones y hasta por conveniencia, y todos los rasgos de ingenio de S. S. y todos los deseos de otros que como S. S. piensan, no han de conseguir separarnos ni por un sólo momento. Unidos estamos, unidos pensamos hacer esta campaña, y unidos pensamos elevar el país a la altura a que jamás se ha encontrado. Ya hoy se halla a una altura en que no se vio jamás, ni cuando S. S. y yo gobernábamos con una Constitución más liberal que la vigente. Jamás nuestro país ha vivido con la amplia libertad, con la paz, con el orden, con el sosiego con que vive ahora.

Mientras llega el momento de que yo resuma el debate, y al hacerlo conteste a algunas de las apreciaciones que ha hecho el Sr. Martos, y a los cargos que han dirigido al Gobierno los demás oradores que han tomado parte en la discusión, me limito a estas pocas palabras, protestando al mismo tiempo de otras del Sr. Martos, que por la ocasión en que las dice, por decirlas con ciertas reticencias, con cierta intención, con cierta habilidad, con ese ropaje con que S. S. las ha vestido, no me parecen oportunas. Su señoría, que tiene mucho valor, mucho talento, muchos medios, puede guardar esos conceptos para cuando estén justificados ante la opinión por la justicia con que combata; porque de otra suerte, aún contra la voluntad de las intenciones y el deseo de S. S., pueden aparecer como baladronadas de la impotencia. (Muy bien, muy bien.)

El Sr. PRESIDENTE: Se suspende esta discusión.

El Sr. MARTOS: Pido la palabra para rectificar.

El Sr. PRESIDENTE: Está suspendida la discusión; mañana tendrá S. S. la palabra. [953]



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